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Diario YA


 

además de soportar la ignominia de tener una colonia de la «Pérfida Albión», ahora resulta que también están colonizando nuestro incomparable idioma

No a la gibraltarización de nuestra Patria: “Mr. Marshall, not welcome”

Laureano Benítez Grande-Caballero

España, Patria traicionada, casa desolada, muros derruidos, mustios collados… territorio comanche donde bandas de energúmenos y felones entran a saco como grupos salvajes; donde innumerables Bellidos Dolfos traicionan la Patria abriendo portillos para la irrupción de los caballos de Troya del globalismo luciferino, urdiendo siniestras conspiraciones cuyo fin es hacer de España chatarra mundialista para el NOM.
Conspiraciones innumerables, sibilinas, que nos ofrecen sus manzanas ponzoñosas, su cicuta letal, las katanas con las que hacernos el harakiri en mohosos sótanos, en estepas arrasadas por las caballerías de progres e indepes.
Conspiraciones que han llegado a alcanzar nuestro mismo corazón, en el que se enredan como malignas serpientes, ya que el virus globalista ha alcanzado incluso a una de las joyas de nuestra corona: el castellano.
En los Presupuestos Generales pendientes de aprobación se destinan 61 millones de euros a los partidos políticos, mientras que sólo se dedicarán 500.000  a la promoción de la enseñanza del castellano. Sumamente revelador.
Es un hecho bien conocido que el castellano es una lengua completamente marginada en Vascongadas y Cataluña, víctima de feroces políticas de inmersión lingüística cuya impunidad clama al cielo, e incluso a la Constitución, la cual, en su artículo 3.1, dice que “El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”. Bondad graciosa, cuando todos los gobiernos democráticos han hecho mutis por el foro ante la escandalosa inmersión lingüística en algunas CC.AA.
La inacción de los sucesivos gobiernos democráticos ―del PSOE y del PP― con la agresividad nacionalista  ha sido trágica, en especial en lo que se refiere a la cuestión de la enseñanza, en manos de un profesorado secesionista que adoctrina impunemente a los alumnos, dentro de un brutal programa de inmersión lingüística al que ningún  gobierno ha puesto impedimentos.
La mandrágora venenosa de esta inmersión lingüística es que la misma Constitución cedió la competencia de la enseñanza a las CC.AA. Así, cuando en 1992 un decreto autonómico que desarrollaba la LOGSE estableció que el catalán “se utilizará normalmente como lengua vehicular y de aprendizaje”, nadie puso impedimento. En 1998, ni siquiera Aznar quiso tumbar la Ley de Política Lingüística. La perla la puso el Tribunal Constitucional, cuando sentenció que el castellano debía “disfrutar de la condición de lengua vehicular” junto al catalán, pero dejando claro que las competencias eran autonómicas.
Se da el caso de que, además, los directores son nombrados prácticamente a dedo por la Generalitat. Además,  los inspectores suelen ser docentes catalanes en comisión de servicio porque hace años que no se convocan oposiciones. Ante los desmanes adoctrinadores en el catalanismo, la Alta Inspección del Estado carece de margen de actuación, porque necesita permiso del Govern para entrar en los colegios, careciendo también de la posibilidad de acceder a los proyectos lingüísticos.
Como denunció  “Sociedad Civil Catalana” en su informe  “Déficits de calidad democrática en Cataluña”, no se garantizan ni el uso del castellano como lengua vehicular de la enseñanza, ni la neutralidad política e ideológica en los centros públicos. Este virus lingüístico que ataca al castellano también se está extendiendo a Baleares y Valencia, ante la completa inacción de los gobiernos.
Recientemente, la plataforma “Hablamos español” recogió 500.000 firmas con el fin de defender los derechos de los hispanohablantes en todo el territorio nacional, basados en la libre elección de lengua vehicular en la enseñanza, bilingüismo en la administración, no primar el uso de una lengua a la competencia profesional, apertura de la cultura a los creadores en ambas lenguas, y que los topónimos prohibidos en español vuelvan a ser oficiales. Naturalmente, nadie les hizo caso.
Y, en la recámara, ya tenemos marchando hacia el firmamento lingüístico de las libertades democráticas al bable asturiano, al leonés (¡?) --el 13 de abril de 2016 se hizo una intervención en “leonés” en el senado-- y, por supuesto, al galego --promocionado a tope desde la mismísima Xunta del “popular” Feijoo--. Hay incluso gilibotarates que hablan del andalú.
Sin embargo, esta agresión al castellano por parte de las inmersiones lingüísticas tiene como efecto colateral el hecho de que ejerce de tapadera para ocultar otra conspiración mayúscula contra nuestro idioma, mucho más subliminal y subterránea, pero no por ello menos amenazante. Me refiero a la ominosa contaminación del castellano por los anglicismos, y, en un nivel superior, a la simple y llana sustitución de nuestro idioma por el inglés.
Esta conspiración contra nuestra Patria, nuestras tradiciones, nuestras costumbres y nuestra historia encarnada en el ataque sistemático mundialista al castellano, la segunda lengua más hablada del mundo y la tercera lengua más utilizada en internet --470 millones de personas lo tienen como lengua materna, y muchos millones la aprenden en todo el mundo—se desarrolla en muchos ámbitos, pero con la particularidad de que nadie parece tomar conciencia de la gravedad de la amenaza, pues afecta a la misma “santabárbara” de la hispanidad. El hecho de que se ejecute a plena luz pública, con total descaro y alevosía, no es óbice para que las masas aborregadas permanezcan totalmente ignorantes o indiferentes ante la malignidad de esta conjura.
Es así como un gran número de establecimientos comerciales tienen la ridícula manía de rotular todo en inglés, a lo cual hay que añadir el fenómeno pasmoso --y sospechosamente globalista-- de ver cómo los modelos publicitarios son en gran parte de razas no-blancas. Como se ve, el mundialismo y el multiculturalismo no dejan ningún resquicio, y van de la mano en poderosa legión.
En los medios de comunicación, más de lo mismo, ya que la avalancha anglófila es abrumadora, pesada, opresora, irritante. Ahí tenemos al programa First Dates --el cual, además, es un escándalo escaparate para promocionar la ideología de género--, al Got Talent, La Voz Kids, Spanish movies, etc. Patético. Escandaloso.
Es lo que se viene llamando «gibraltarización» de España: además de soportar la ignominia de tener una colonia de la «Pérfida Albión», ahora resulta que también están colonizando nuestro incomparable idioma, prodigioso instrumento de cultura, de arte, de historia y de pensamiento.
Y no se crean que este indignante fenómeno de exterminio del castellano es solamente una expresión paleta de nuestro inveterado complejo de inferioridad ante todo lo foráneo, una forma estúpida de presumir de “modernos” y “progresistas”, huyendo de cualquier valoración de nuestras riquezas patrimoniales, por considerarlas “carcas” y reaccionarias, según una de las frases más estúpidas que se han pronunciado nunca, aunque se debiera al mismo Ortega y Gasset: “España es el problema; Europa la solución”.
No, no estamos, ni mucho menos, ante uno de esos fenómenos de “regeneracionismo” tipo “Bienvenido, Mr. Marshall”, ya que lo que se oculta tras esta detrítica conspiración es la intención de destruir nuestro idioma, pues es una de las formas más directas para destrozar España. Globalismo a tope.
Sin embargo, donde esta conjura globalista adquiere su máxima relevancia es en el terreno de la enseñanza, como no podía ser de otro modo. Durante mis últimos años como profesor, observé estupefacto e indignado cómo aumentaba de manera alarmante el número de centros de enseñanza de carácter bilingüe, donde gran parte de la educación se imparte en inglés, arrinconando al castellano. Algunos amigos míos se han visto obligados a reciclarse sacando títulos de inglés a toda pastilla, y los más jóvenes me confiesan que, de no disponer de un título que acredite un nivel suficiente de inglés, jamás podrán ejercer como enseñantes.
Así es como el resultado final es la titulación de alumnos que escriben con faltas de ortografía, que no entienden lo que leen, con una penosa expresión y comprensión escritas, ámbitos en los que ocupamos los últimos lugares de Europa.
Y la última perla globalista: por si fuera poco todo este horror antiespañol, ahora resulta que también quieren implementar la enseñanza del catalán: tremebundo.
Recuerdo que la primera vez que España fue a Eurovisión fue representada por la castiza Aurora Bautista, que acudió al festival con un vestido donde lucían ciertos faralaes, y cantando una copla españolísima. Recientemente, acudimos con representantes que, además de ser simpatizantes de energúmenos como el filoterrorista Valtonyc y mostrar comprensión --cuando no abierta simpatía-- hacia el independentismo, cantan en inglés. Intolerable.
Incluso el borbonísimo Felipe se da el lujazo de felicitar la Navidad en español e inglés: im-presionante –no es el único, porque este año he acabado de “Merry Christmas” hasta donde ustedes saben.
La agresión a nuestro idioma ha alcanzado ya cotas de verdadero paroxismo, de increíble estupidez, de una estulticia tan supina, que, además de escándalo, mueven a hilaridad. Es el caso de una de las pintadas más surrealistas que he visto: en una pared de un pueblo pequeño de Madrid, se podía leer: «Fuck police». Toma ya. Pues eso: que fuck y fuck a tanta horterada hispanófoba.
Es hora ya de proclamar urbi et orbe una consigna que afecte, además de a nuestro idioma, a todos los ámbitos de nuestra Patria: «España, para los españoles». O sea, «Mr. Marshall, go home: not welcome».
Y Gibraltar español, por supuesto.

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