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Diario YA


 

Presupuestos para hoy y no para mañana

Francisco Torres García. No soy un liberal o ultra liberal económico -esto último sería más ajustado a la disidencia-, ni creo en la bondad de la globalización y su mercado, ni que las grandísimas empresas supranacionales sean hermanitas de la caridad, ni en la inexistente voluntad social del capitalismo financiero -pura contradicción-, ni me gustan los herederos de los Chicago-boys o el embobamiento ante las mochilas austriacas, ni mi horizonte son las especulaciones bursátiles o lo que se cuece en las Citys globales... pero vivimos en la economía especulativa y hasta el más tonto suspira por un pelotazo.

Mirando a mi país, conociendo en algo su realidad político-económico estructural, no reniego del intervencionismo subsidiario ni de la idea de un sector público productivo, ni de la necesidad de forzar o realizar desde arriba, de forma directa o indirecta, un cambio estructural del PIB capaz de aminorar o corregir una economía condicionada por su realidad cíclica y orientada a un desmesurado sector servicios, que debiera expandir de forma acelerada lo que se denomina sector cuaternario para paliar lo que implica un macro sector servicios de bajo valor añadido; porque expandir el sector industrial hace mucho que dejó de estar en la agenda política.

Como todos sufro, sin desconocer mi colchón de seguridad frente a los millones de españoles que viven al día agobiados por los gastos fijos que implica una sociedad cegada por el hiperconsumismo, la brecha que existe, cada vez mayor, entre los datos macroeconómicos, teóricamente buenos si no se mira al mañana y se prescinde de la espada de Damocles que es tener una deuda igual al PIB, y la microecomía en la que vivimos el 80-85% de los españoles.

Lo que al historiador enseña la historia político-social-económica es que los “modelos o submodelos económicos”, con sus inseparables condicionantes, son propios de un momento; que lo acertado en un momento es imposible que tenga una réplica de corta y pega, que lo que fue un acierto en un periodo hoy sea aplicable del mismo modo, pero también que en el seno de esas prácticas se abran posibilidades para realizar relecturas implementables (la Historia no es solo reconstrucción sino también lección).

A la altura de finales de la segunda década del siglo XXI, con la amenaza de futuros distópicos que alimenta no inocentemente las mentes de las jóvenes generaciones, siendo consciente del enorme poder real del capitalismo industrial-financiero, dejando a un lado los espantajos anticapitalistas creados como espitas para que, llegado el caso, después muerdan el polvo, o estupideces como las que han llevado a la miseria a Venezuela, sigo pensando que ese capitalismo necesita corrección tanto a nivel nacional como global y que un cierto intervencionismo técnico, productivo y redistributivo, con luz y taquígrafos, no es un anatema. Claro que para ello se necesitaría un Estado y una independencia que dudo que en España hoy existan (España no es los EEUU que de vez en cuando rompen el guión, con aquello de América primero).
I
Ahora bien, estamos donde estamos y jugamos en la liga que jugamos, donde la doctrina común es la consagración del mercado y la “reforma” del Estado del Bienestar una vez proclamada su inviabilidad en determinados aspectos (básicamente relaciones laborales, jubilación y prestaciones sanitarias) y la necesaria adecuación de los servicios a su sostenibilidad. Se impone lo macroeconómico a lo microeconómico. La economía es la dueña de la política. Y ante ello uno puede jugar a divagar sobre la destrucción del capitalismo, enredar con el mundialismo o, por el contrario, enfrentarse a la realidad partido a partido, cosa a cosa, que es el lenguaje y la preocupación del común de los mortales.

Viene al caso la reflexión al hilo del culebrón de los Presupuestos Generales del Estado. Se les califica ya como los más expansivos tras la crisis -siempre cualquier cosa es la más a efectos publicitarios-, con importantes rebajas y ayudas, y, a la vista de posibles elecciones, PP y Ciudadanos se disputan el mérito de las mejoras para los ciudadanos que implican; se olvidan, eso sí, de que estas no son fruto del cariño sino de la presión social que ellos ahora buscan rentabilizar (en esto Rivera le gana por la manga a Rajoy). Se anuncian beneficios fiscales de mileuristas para abajo, incremento de deducciones a familias numerosas y similares; hasta se pide una subvención a la UE para dar 400 Euros a los jóvenes (se abre la veda de la compra del voto). No conozco en profundidad el capítulo de inversiones... pero, pese a los anuncios, tengo la impresión que los Presupuestos vuelven a penalizar a una clase media, los paganos, que vive en continuada erosión desde hace una década; lo que se mire por donde se mire es un retroceso.

Por otra parte, y esto es lo más trascendente, tampoco, leído lo anunciado, me parece que los Presupuestos hagan frente a una de nuestras necesidades: incentivar la expansión de las pequeñas y medianas empresas realmente productivas, vinculadas al tejido industrial (producción y/o comercialización); no parece que se vaya a producir un recorte de impuestos significativo. Afirman los economistas liberales o ultraliberales, en esto hay un cierto consenso -el que suscribe también lo cree-, que desde el punto de vista económico actual es necesaria una mayor rebaja de impuestos, que familias y empresas dispongan de más dinero para ahorro e inversión. Evidentemente, esto no es lo que se desprende de los Presupuestos. Es más, yo diría que los condicionantes lo hacen inviable; condicionantes que no son las pensiones o la sanidad. La razón es otra: el Estado y sus costes.

En virtud de lo dicho lo que me parece más preocupante es que no parezca que el Estado, a todos sus niveles, se oriente a la optimización de sus recursos y la reducción del déficit, de nuestro endeudamiento y de sus gastos (que son los que, en gran medida, crean el agujero negro, pues se habla de ahorros de 30.000 millones con su reforma); sobre todo cuando es evidente que el precio del dinero iniciará una pausada subida en los próximos años y, más pronto que tarde, la UE exigirá medidas de reducción a países como Italia o España.

En esta coyuntura uno acaba teniendo la impresión de que esa será la excusa para desarrollar ese discurso, con aplicación práctica, de la inviabilidad del actual modelo del Estado del Bienestar,  aceptando en el camino, como algo natural, el nuevo modelo de categorías de grupos sociales con su legión de nuevos proletarios y  sociedad desigualitaria. Es la filosofía de quienes argumentan que mejor trabajar por 400 Euros que no trabajar o que los pensionistas son casi ricos porque tienen una vivienda en propiedad.

 

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