Principal

Diario YA


 

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

MANUEL PARRA CELAYA. En mis habituales recorridos por la prensa digital (y, de vez en cuando, por la otra, para tener más campo de visión) aplaudí un artículo de Luis Asúa en La Gaceta de la Iberosfera que subrayaba con entusiasmo las palabras de Alejo Vidal-Quadras ante una incómoda audiencia del PP; el motivo de esta desazón del auditorio fue que el otrora defenestrado líder catalán (recordemos: por un acuerdo entre  Aznar y Pujol) calificó el sistema autonómico vigente como “uno de los mayores disparates políticos en Europa”.
    Asúa repasaba las razones de D. Alejo, a saber: exacerbación de los nacionalismos y separatismos, predominio de lo localista sobre lo nacional, fraccionamiento de una Enseñanza en diecisiete versiones, a cuál más casera, desbarajusta sanitario -puesto más en evidencia por la pandemia y la cogobernanza de Sánchez-, ruptura del mercado único español, repercusión negativa en los aspectos culturales, pésima gestión en infraestructuras y, sobre todo, gasto desorbitado.
    Este último punto me trajo a la memoria haber leído un añejo artículo hace años, para más inri publicado en El País, en el que se planteaba el siguiente dilema: “O Estado de las Autonomías o Estado del Bienestar”, y el articulista razonaba la imposibilidad material de que se pudieran atender a la vez las prestaciones sociales y el despilfarro que suponían las Autonomías, entonces casi recién estrenadas. Lástima que el recorte se me perdió en el tráfago de papeles que era (ya no) mi hemeroteca particular, y solo me queda el recuerdo fiel de la alternativa planteada y el nombre del medio en que se publicó.
    En mis modestos recorridos por diversos lugares de España he sostenido conversaciones con muchas personas de distintos pareceres políticos que coincidían, a grandes rasgos, con las opiniones de los señores Vidal-Quadras, Asúa y el olvidado articulista de El País. Solamente encontré aquiescencia con el actual panorama autonómico en quienes, emotiva e incluso cerrilmente, ponían a su patria chica, a su terruño natal, espontáneo, muy por encima de la patria grande y común. Es decir, a quienes daban la razón con sus ideas a Juan de Mairena, alter ego de Antonio Machado: “De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc. antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse”.
    Para más corroborar estas palabras de Machado, recuerdo que tuve una poco agradable conversación al respecto con una irascible señora, en un momento tan bello como el final de la madrugá sevillana, que me evocaron otra incisiva cita del mismo poeta: “Un andaluz andalucista es un español de segunda y un andaluz de tercera”.
    Uno no llega tan lejos en su radicalismo como Machado, y aún cree que sentirse andaluz, gallego, vasco o catalán puede ser una manera concreta de sentirse español, si no fuera por el veneno vertido por algunos políticos autonómicos; claro que D. Antonio no pudo vivir el Estado de las Autonomías actual y un servidor sí, por sus muchos pecados.
    Sea como sea, la realidad es que hoy en día son multitud quienes participan de la crítica al Título VIII de la Constitución y a sus efectos prácticos y reales, y, en este punto, coincido plenamente con ellos. Sin embargo, la pregunta del millón es la que encabeza estas líneas: ¿Quién le pone el cascabel al gato? Es decir, quién o quiénes tienen el suficiente coraje y la suficiente inteligencia política para acometer a fondo la reconversión de un proceso autonómico que nos está llevando a la ruina, y no solo económica. Porque es evidente que el osado va a tener enfrente colosales adversarios.
    En primer lugar, a las oligarquías nacionalistas, constituidas en una especie de neocaciquismo; estas oligarquías, económicas y políticas, son las que controlan voluntades, administran torticeramente la natural sentimentalidad de los pueblos, controlan medios de información, convocan para salir a la calle cuando la situación les parece propicia o silencian voces en caso contrario; vienen a ser como señores de horca y cuchillo para hacer frente a cualquier disidencia a su poder.
    Otro formidable adversario viene representado por los partidos políticos que tienen secuestrada la democracia, los de derecha, de centro-derecha, de izquierda…, que han encontrado un vivero de apoyos parlamentarios en los fieles de los oligarcas autonómicos, y, mediante un juego de concesiones, cesiones y frenos a las diferentes taifas hispanas, procuran su preponderancia frente a sus ocasionales oponentes; y no me excedo más en este punto porque basta con seguir la sangrante actualidad…
    En fin, para resumir, el tercer enemigo de cualquier reconversión del sistema autonómico actual recibe el nombre genérico de clientelismo; se trata de la abundante clientela formada por los ciudadanos de la España subvencionada, integrantes algunos de ellos de un falso tejido o entramado social, creado desde las oficinas y covachuelas de los diferentes poderes autonómicos.
    Y, a juzgar por las apariencias, paradójicamente, quien pondría también el grito en el cielo ante esa osadía sería la inane Unión Europea, que pone una vela a Dios y otra al diablo: respectivamente, a la Europa de los Estados nacionales, que puede ser el germen de una deseable Europa Unida, y a la Europa de los Pueblos, que equivale a la permanente disgregación de los ciudadanos por razones geográficas, étnicas o lingüísticas; esta última vela diabólica es la que deniega constantemente la euroorden del juez Llerena, para más pistas…
    No quiero pecar de pesimismo; pero solo el convencimiento de una gran mayoría de los españoles puede trocar la partida y dar lugar a que tomen las riendas los audaces, los inteligentes y los patriotas para poner el cascabel al gato.